jueves, 2 de abril de 2015

Los Altillos de Brumal

La narradora, y a su vez la protagonista, se llama Adriana, quien el 2 de Diciembre de 1954, no puede ir a clases como consecuencia de su enfermedad. Cuando logra recuperarse tras varias semanas de reposo en su cama, la enfermedad le ha dejado el cuerpo larguirucho. Asiste a la clase y es el inicio de una pesadilla: alumnas y profesores se mofan permanentemente de ella por su apellido. Adriana, en estos momentos, recuerda lo que su madre siempre le decía: ‘’Huimos de la miseria pero recordarla es sumergirse en ella’’. Su madre era muy cerrada y amaba a sus hijas de distinta forma: con Adriana se volcaba absolutamente y cuando enfermaba se quedaba toda la noche en vela contemplándola y tranquilizándola. En contraposición, con sus otras dos hijas, cuando se ponían malas, echaba balones fuera, y las llevaba al médico. La conducta de la madre ha hecho un giro de 180 grados después de la muerte del padre y ahora es todavía más silenciosa. No guarda buen recuerdo de su familia a la que apenas nombra. Por este motivo, vende todas las propiedades heredadas para destinarlas a la formación universitaria de su hija Adriana, la cual se asombra al enterarse de que será la única beneficiaria. Se decanta por estudiar Historia y el día de su graduación fallece su madre lamentablemente. Luego, no se dedicará a la enseñanza sino que se inclina por la cocina, un arte que desde pequeña le gustaba. Diversas empresas muestran interés por contratarla por sus notables habilidades lo que provoca cierta envidia en algunos gastrónomos oficiales. Sus recetas fueron famosas y su editor le propone viajar al Bajo Rhin a fin de conocer nuevos platos y ampliar su gama de recetas para incorporarlas al libro. Antes de partir, recibe alimentos exóticos de los oyentes, pero hay uno que sobresale por encima de los demás: se trata de una primorosa mermelada de fresa que no llevaba ni fresa ni azúcar y que venía dentro de una caja de cartón cuyo destinatario no aparecía. Le cuesta descifrar lo que está escrito en el cartón pero finalmente consigue descifrarlo: ‘’Brumal’’. Al leerlo, nota una sensación rara, de volver al pasado porque ese nombre de mermelada es el de la aldea de donde es originaria y donde transcurrieron los años más tristes de su infancia. Tras rememorar algunas historias de su niñez decide retornar a Brumal. Tras bajarse del tren pregunta por la aldea pero solo unos cuantos acuerdan vagamente de ella. Coge un coche de línea que la lleva hasta Brumal, caracterizado por tener una vegetación nula y la tierra árida. Muestra resignación al arrepentirse de no haber vuelto allí antes. La Aldea presenta un aspecto abandonado, aunque se erige una inmensa iglesia de mucho valor. Ve a un anciano en la plaza con el que no se cruza una palabra. Entra dentro de la iglesia y topa con el párroco, de entre veintitantos años, quien amablemente le invita a su casa, por cierto muy sucia. En el pueblo ya únicamente quedan ancianos, que son muy buena gente. Se desplazan hasta el altillo donde se hinchan a tomar aguardiente con fresa, lo que deja a Adriana bastante ebria. A medida que pasan las horas, más gente se congrega en la plaza del pueblo. De golpe, oye unas niñas cantando. Todo había sido una ilusión: las voces procedían de su interior ( las cancioncillas que recordaba de pequeña) y ella no era Adriana sino Anairda. Finalmente, decide marchar y pasa por caminos oscuros desconocidos. Acaba con el cuerpo completamente magullado y al día siguiente despierta en un hospital. Los médicos coinciden en que ha sido por culpa de su estado de embriaguez. Tras recibir tratamiento psicológico durante un mes, sus familiares la visitan en el hospital, aunque apenas intercambian palabras. Ya recuperada, el editor contacta con ella para poner rumbo hacía el Bajo Rhin.

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